Inversión: Intervención realizada de oficio por los técnicos del IPCE
Esta urna funeraria con decoración de bandas rojizas procede de la necrópolis ibérica de Hoya Gonzalo, Albacete. La pieza presenta, fijado a la cerámica por un cinturón de bronce, un posible pectoral o adorno femenino, que se compone de placas romboidales y triangulares de bronce y hierro, unidas por anillas, alambres y mosquetones.
La urna fue extraída en 1981 en bloque, mediante engasado y espumado, para evitar más desprendimientos de las partes metálicas. A continuación, se sometió a un tratamiento de restauración en la Escuela Superior de Conservación y restauración de Bienes Culturales de Madrid, donde permaneció hasta 1988. Ya desde su extracción, se observó que las placas del pectoral metálico no mantenían ningún orden apreciable. Su colocación ritual sobre la cerámica supondría la superposición de algunos elementos, montados unos sobre otros, uniéndose entre sí a causa de la corrosión. Con el paso del tiempo, perdió algunos fragmentos, sobre todo los que no estaban en contacto con la cerámica o eran grandes y pesados. Buena parte de estos fragmentos ya estarían desubicados o perdidos en la excavación.
En un primer tratamiento, se eliminaron tierras, sedimentos, carbonatos y productos de alteración superficiales, pero aumentó la porosidad en la pasta (por la utilización de ácido nítrico en papeta), con pérdida de la pintura soluble roja conservada en algunas zonas y con el desprendimiento de fragmentos metálicos por eliminación de los productos que los unían a la cerámica. En realidad, nunca puede existir una unidad física entre una cerámica y un metal a no ser por la mezcla de las tierras y la propia corrosión que sirven de “adhesivo”. Para superar las distancias en las placas metálicas (algunas con una separación de hasta 10 cm) se colocaron varillas de poliéster. Durante esta intervención también se unieron fragmentos desprendidos para evitar nuevas pérdidas, sin un orden definido, sino más bien aprovechando los puntos de unión existentes.
Posteriormente, durante su estancia en el Museo de Albacete, esta disposición se fue modificando al desprenderse nuevos fragmentos. La fragilidad de la pieza era extrema: fuerte mineralización de la cerámica con pérdida de la capacidad sustentante y equilibrio inestable del ajuar metálico. Los fragmentos se fueron uniendo, a veces, con nuevos vástagos de madera, en esta ocasión realizados con palillos de cerezo.
Al llegar al IPCE, más de 20 años después, los fragmentos metálicos desprendidos se amontonaban unos sobre otros apoyados sobre la cerámica o se conservaban en una bolsa. Por su parte exterior estaban protegidos por una capa de cera microcristalina y engasados, o unidos con adhesivo nitrocelulósico o con Araldit®, aunque manteniendo los productos de corrosión y las tierras en las áreas más inaccesibles.
Debido a las características de la cerámica, el tratamiento realizado incluyó una limpieza superficial mínima, sin desalación, y la adhesión de los fragmentos del borde con adhesivo nitrocelulósico.
Igualmente la limpieza del metal fue mecánica y superficial, ya que en la mayoría de los casos simplemente la vibración lo fracturaba y desprendía. Los vástagos de poliéster, ya degradados con una superficie gomosa y amarillenta, se sustituyeron por vástagos y/o presillas de Araldit® coloreado al igual que las uniones o refuerzos, en ocasiones con la ayuda de un tejido sintético no tejido (Cerex) por el reverso.
Ya que la cerámica no fue desalada, tampoco se consolidó. Los fragmentos de hierro se trataron con ácido tánico al 2% y a todo el metal se le aplicaron varias capas de protección con Paraloid B-72 al 5% en acetona.